El mundo es de los valientes. Ese era el mantra, muy probablemente, de la mayoría de mujeres centroamericanas que, cansadas de convencionalismos en torno a roles y capacidades de hombres y mujeres, decidieron dar un golpe en la mesa y demostrar que ellas eran igual de válidas, e incluso más, que sus colegas varones. Derribaron mitos y sentaron las bases de un mundo que, a día de hoy, es más justo e igualitario.
Se trata de mujeres que se alzaron como estandartes de derechos hasta entonces fuera del alcance de la población femenina y se convirtieron en figuras clave de disciplinas como la medicina y la enfermería, la política, la pintura, la literatura o la música, entre otras. ¿Quieres conocerlas?
A menudo, el curso de la historia cambia gracias a figuras valientes que van a contracorriente de aquellas creencias que las clases dominantes siembran a lo largo del tiempo y que, después, el imaginario social incorpora sin tan siquiera cuestionarlas. Esta es la fórmula que se halla tras muchos tabús, mitos y convencionalismos en torno a determinados colectivos, en especial aquellos más vulnerables, un grupo en el que hasta no hace mucho también se incluía a las mujeres.
Sobre todo en aquellos países menos desarrollados en los que ha llevado décadas e incluso siglos derogar prácticas que atentaban contra la igualdad de oportunidades en términos legales, educativos, sanitarios, etc.
La brecha ya no solo de género, sino por motivos socio-económicos, de nacionalidad o edad, era una constante en países como Guatemala, México o Nicaragua, entre otros, donde afortunadamente existieron mujeres que, cansadas de tantas desigualdades, decidieron darle la vuelta a la tortilla y luchar tanto por los derechos de la población como de los suyos propios, desafiando las reglas e incluso a veces poniéndose en peligro solo por el hecho de ejercer su libertad y priorizar sus carreras profesionales.
Firmes defensoras de los derechos humanos
Entre las mujeres centroamericanas que se erigieron como defensoras de los derechos humanos, destaca la guatemalteca Rigoberta Menchú. Su lucha por la justicia social de los pueblos indígenas mereció que fuera nombrada Embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO en 1993. Su activismo la llevó a ser perseguida políticamente y a tener que exiliarse a México, pero también a ser galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 1992 y con el Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional seis años después.
Menchú también hizo sus pinitos en la política, ámbito al que la mexicana y sufragista feminista Elvia Carrillo se dedicó más intensivamente. Esta otra activista, miembro del Partido Socialista del Sureste mexicano y posteriormente diputada para el Congreso de Yucatán, fue una de las tres primeras mujeres designadas para formar parte de un órgano legislativo de su país. La lucha de Carrillo para romper su propio techo de cristal también la extrapoló al terreno social, donde batalló de manera incansable para que las mujeres lograran el derecho al voto, algo que consiguió finalmente en 1953.
El cuidado de los demás como prioridad
La medicina, un campo hasta hace poco excesivamente masculinizado, fue donde la intelectual Conchita Palacios se labró un nombre propio. La primera médico nicaragüense y también centroamericana estudió en la Escuela Nacional de Medicina de Ciudad de México entre 1921 y 1926. Ejerció la medicina tanto en México y su Nicaragua natal como en Europa y en EEUU, donde también trabajó como cirujana y obstetra. La vocación de servicio a los demás también hizo que Palacios se volcara con las causas sociales relacionadas con las mujeres y los niños.
La colombiana Elvira Dávila también dejó huella en el mundo de la enfermería. Pionera no solo en su profesión, sino también en la práctica de transfusiones de sangre en Centroamérica, fundó la Facultad de Enfermería que todavía hoy se ubica en la Universidad Pontificia Javeriana de Bogotá y el primer banco de sangre de Colombia.
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El arte ha sido otro de los campos en el que varias mujeres centroamericanas han sentado cátedra. “Pies para qué los quiero, si tengo alas para volar”, dijo la pintora mexicana Frida Kalho, reconocida como icono pop de la cultura de México. Su obra, formada principalmente por autorretratos, refleja una vida marcada por un grave accidente de juventud que le llevó a pasar una treintena de veces por el quirófano y a permanecer largos periodos de convalecencia.
Por su parte, la hondureña Lucila Gamero se convirtió en una de las primeras novelistas consagradas de su país. Las tramas familiares y causas feministas centraron la obra de esta autora, bautizada como “la gran dama de las letras hondureñas” y cuya novela Blanca Olmedo catapultaría a la fama.
Y no podíamos cerrar este listado sin citar a la gran Chavela Vargas. La cantante mexicana de origen costarricense hizo suyo el género de las rancheras. Su puesta en escena, acompañada apenas de una guitarra, la hizo merecedora en 2007 de un Premio Grammy a la Excelencia Musical. Nos quedamos con una preciosa reflexión de Vargas que nos parece preciosa para cerrar este artículo: “Voy a gritar con toda mi alma para que el mundo sepa que estoy viva. Viva de tanto vivir. Viva de tanto amar”.
Sirva este post para rendirles nuestro humilde homenaje y para animar a cualquier persona, hombre o mujer, a darle la vuelta a la tortilla ante cualquier faceta de su vida con la que no se sientan satisfechos. Asimismo, si se te viene a la cabeza alguna otra mujer centroamericana que también haya hecho historia, ¡no dudes en compartir su nombre con nosotros!